Hace unos meses se publicó un artículo que reúne mucha información sobre las barreras machistas en el mundo académico. Se llama “Sexism in the Academy: Women’s narrowing path to tenure”. Con muchos enlaces a investigaciones abundantes y variadas sobre el tema, en él se describe cómo, a pesar de que la cantidad de gente que entra a la universidad está bastante equilibrada en cuanto a hombres y mujeres en países del Norte Global, como Suecia, al ir subiendo por la escala (doctorado, profesorado…) la proporción de mujeres baja significativamente (la media europea de mujeres que son full professor es del 21%). Y después se muestra, con datos de diversos estudios, como en cada paso de la carrera profesional académica las mujeres tienen más barreras.

Como ejemplo: el profesorado estadounidense a quien se le pidió elegir un ayudante de laboratorio y decidir su sueldo, a partir de CVs falsos de hombres y mujeres con las mismas aptitudes, tendía a elegir hombres más que mujeres, y darles a ellas menos sueldo (80 centavos por cada dólar ofrecido a hombres). Esta es una barrera inicial que influye en el aprendizaje temprano y que dificulta la supervivencia económica. Ocurren cosas similares con las cartas de recomendación.

Un posible motivo es la percepción de que solo los hombres pueden ser brillantes: “cuanto más se valora el tener un don en un campo científico, menos doctorandas hay”. Esto hace que en los experimentos las mujeres tiendan a tener que hacer más confirmaciones y repeticiones. Otro ejemplo: las mejores revistas de economía obligan a las mujeres a hacer más revisiones que los hombres para mejorar la redacción, a pesar de que no hay diferencias aparentes por género entre las versiones originales de economistas jóvenes, ni tampoco de la tasa de aceptación final. Las consecuencias de esto serían claras: más tiempo para publicar cada artículo, algo que hace mella en el CV de quienes lo sufran, y conlleva una mayor dificultad para obtener proyectos y becas.

Un tercer caso son las autocitas: un hombre tiene el doble de probabilidades de citarse a sí mismo que una mujer. Se estima que cada autocita puede llevar a tener cuatro citas más de otros investigadores. Un ejemplo numérico: un hombre que escribe ocho artículos y se cita a sí mismo 1.7 veces de media recibe sesenta y ocho citas; una mujer que publicó seis artículos (por dificultades como las de más arriba), cada una citándose a sí misma una vez, recibe treinta citas.