“Querido colega o estimado compañero” son las afectuosas fórmulas con las que comienzan la mayor parte de los emails que nos llegan cada día en nuestro trabajo en los respectivos departamentos. Si bien casi siempre se usan estas fórmulas en masculino plural, que es lo que nuestro idioma señala para representar a la generalidad, en muchos casos, con la buena voluntad de querer hacerlo más amable al recipiente, se incurre en la mencionada fórmula en masculino singular. Ahora bien, ¿qué ocurriría si uno de nuestros compañeros hombres recibiera un email que comenzara por “estimada compañera”? Obviamente, en especial en un momento de prisas, pensaría que es spam, o que simplemente alguien le ha enviado un email que no era para él. Lo mismo ocurre a la inversa y en muchas ocasiones ese “querido colega” comienza un baile entre el buzón de entrada, al de spam, al buzón de entrada de nuevo (si tiene suerte de ser rescatado, claro).

Más aún, en una época en que existen grandes proyectos de visibilización de la mujer en la ciencia, sigue ocurriendo que al teclear en google “Sophie Germain + Wikipedia” en el resumen que aparece a la derecha de la web se lea “Matemático” en la descripción de su profesión.

Por otro lado, en el día a día, son infinidad los documentos donde encontramos fórmulas hechas como “Firma del Director de la Tesis”. Aunque por fortuna, y gracias al trabajo de las unidades de inclusión o igualdad de género de cada universidad, poco a poco se van eliminando.

Como último ejemplo, a la hora de referirnos a nuestro motor financiero, el alumnado, se nos hace costoso el hacer visible que existen también mujeres entre ese colectivo. Decir “las alumnas y los alumnos” nos supone un esfuerzo, como comentábamos ya en anteriores boletines. Y este esfuerzo nos llega a parecer demasiado grande pese a que quizá la compensación pudiera ser el deseado aumento de alumnas en nuestras aulas. En un momento en que se impulsa el análisis del porqué del descenso en el número de mujeres en el grado, el máster o el doctorado en matemáticas, quizá podamos plantearnos a la vez este problema del lenguaje a la hora del día a día en nuestro quehacer en la investigación, la docencia o la gestión de los diversos departamentos, institutos y universidades.

Dado que este es un problema esencialmente del área de filología y literatura, nos hemos lanzado a entrevistar a una autora que en el año 2005 rompió moldes con la novela, escrita totalmente “en femenino”, titulada “Las razones de Jo” y publicada por la editorial Lumen. Además, en esta obra literaria emplea el juego mental continuo que supone sustituir palabras como “los hombres” para referirse a “la humanidad al completo” por simplemente “la humanidad”. Ella es Isabel Franc (también conocida como Lola Van Guardia). Y éste es el resultado de nuestra entrevista por la que estamos muy agradecidas a la autora por su disponibilidad y franqueza.

Pregunta.- ¿Cómo surge la idea de escribir una novela “en femenino”?

Isabel Franc.- En literatura, cuando intentas usar un lenguaje inclusivo te encuentras con dificultades estilísticas difíciles de resolver. En un informe, por ejemplo, puedes duplicar sin que resulte forzado o, digamos, poco poético. En una narración, a menudo, el genérico masculino te crea problemas. Para resolverlo, decidí usar el genérico en femenino. Esto lo hice ya antes de Las razones de Jo, con la trilogía de Lola Van Guardia: Con Pedigree (1997), Plumas de doble filo (1999) y La mansión de las tríbadas (2002), publicadas en Egales. Mi planteamiento fue el siguiente: llevamos más de dos milenios usando el genérico en masculino, porque una escritorcilla marginal del sur de Europa aplique el femenino no se va a hundir el mundo y, a lo mejor, nos damos cuenta de lo absurdo de esa norma que, evidentemente, la decidieron hombres, si las mujeres hubieran intervenido en la normativa gramatical habrían decidido una fórmula inclusiva o, en todo, caso, ya puestas, el femenino.

Que solo uno de los géneros domine crea también problemas de comprensión. ¿Cómo sabemos cuándo el masculino es específico o es genérico? Es decir: ¿Cuándo el “los” hace referencia a ellos y cuándo nos incluye a nosotras? La lingüista Teresa Meana dice que de ahí nos viene la intuición femenina, de adivinar siempre si estamos incluidas o no. Además, lo tenemos tan arraigado que incluso hay mujeres que usan el masculino para referirse a ellas mismas. Por otra parte, nos invisibiliza hasta extremos bochornosos. Por ejemplo: La frase “Llegaron los tres muy cansados” hace referencia a dos mujeres y un burro. Busquen… busquen una fórmula que lo indique sin necesidad de hacer una frase rocambolesca: “Tanto el burro como las mujeres llegaron muy…” con el genérico hemos topado. “Las mujeres llegaron muy cansadas y el burro también”. Vale. En cualquier caso, el genérico masculino sitúa al animal en una posición social más importante que a la mujer. Para desdramatizar un poco haré referencia a un par de ejemplos sacados de la prensa (hay muchísimos) que llevan el genérico hasta el absurdo: “Una clínica procesada por implantar prótesis mamarias de inferior calidad. Todos los clientes afectados…” Digo yo que en su mayoría serán clientas y que si hay algún señor no querrá ser tratado precisamente en masculino. Y otro: “Una norma deontológica permite abortar a los adolescentes”. Por lo visto los chicos no solo también lloran, además también abortan.

Isabel Franc./ HOY

P.- ¿Cree que la lengua española puede hacerse inclusiva o vamos a necesitar de un nuevo vocabulario?

I.F.- Las lenguas latinas ya tienen muchos recursos y se crearán otros, porque las lenguas son entes vivos que van cambiando con la historia y que se adaptan a las necesidades sociales de cada momento. Antes no se decía “ministra” o “jueza” porque no había ministras ni juezas. El problema es la reticencia a incorporar fórmulas nuevas o poco usadas. Es algo que no ocurre con los neologismos procedentes de otras lenguas, usamos software o email con toda naturalidad, hemos incorporado fútbol y nadie reivindica balompié, hablamos del look o el feeling sin que nadie se escandalice… y un largo etc., pero si una ministra dice “miembras” se arma un alboroto tremendo, se la trata de inculta y se la acusa de destrozar el lenguaje. En cambio, fijémonos en un ejemplo curioso: los creadores de alta costura optaron por “modisto” y, rápidamente, se incluyó en los diccionarios. Sin comentarios.

También para la duplicación existen muchos recursos y, de todas formas, en otras lenguas se duplica (“brothers & sisters”, sorelle e fratelli, soeurs et frères) y nadie se queja por la economía lingüística ¿qué problema hay en decir “hermanas y hermanos”? En fin, si le ponemos un poquito de voluntad tampoco es tan complicado.

P.- ¿@, x, o e?

I.F.- Ya se verá. Creo que estamos en una época de tránsito de un lenguaje androcéntrico y sexista a otro inclusivo y ecuánime. En ese transcurso se van probando fórmulas hasta que el uso mismo indique cuál es la adecuada. Personalmente, me inclino por el femenino siempre que domine, es decir en una clase en la que tengo 15 alumnas y dos alumnos, me dirijo al grupo en femenino (si tengo mitad y mitad también y si las chicas son minoría, también por aquello de la discriminación positiva, pero, como veis, lo digo en un pícaro paréntesis). Lo ideal sería poder combinar los dos géneros según la circunstancia, de forma que quedara claro a quién nos referimos. Por otra parte, las teorías Queer han hecho evidente la existencia de múltiples géneros y hay que buscar también la forma de evidenciarlos, de que existan en el lenguaje. Ahí me inclino más por una fórmula neutra, la “e” me parece la más adecuada; @ y x tienen la dificultad de que solo son visuales ¿cómo hacemos para pronunciarlas? De todas formas, insisto, el lenguaje está vivo y se adapta a los tiempos, seguiremos buscando y encontrare-mos las fórmulas más apropiadas.

P.- ¿Cuál fue la repercusión que tuvo su novela? (Desde todos los puntos de vista: tanto si ha visto más escritores que se hayan atrevido al cambio, la aceptación o no de este tipo de lenguaje, además de quizá si hubo repercusiones en el propio desarrollo de la novela, en la construcción de ésta, en sus personajes, al hacer el lenguaje en femenino).

I.F.- La principal repercusión fue que se me acusó de “haber eliminado a los hombres de mis novelas”. Qué simpático ¿no? El genérico masculino no eliminaba a las mujeres de la historia mundial. La editora de Lumen tuvo serias dificultades para incluir la nota de entrada donde se explica que la autora ha optado por usar el genérico en femenino. Al final, se puso como nota a pie de página (no así en la nueva edición de Ménades). En alguna ocasión, también se me tachó de “terrorista del lenguaje”. Pero también muchas mujeres (y algunos hombres) me han dado un gran apoyo y estímulo. Muchas personas me han dicho que al leer un libro en femenino se han dado cuenta de lo que significa hablar siempre en masculino y cómo eso invisibiliza y menosprecia a las mujeres. En cierta ocasión leí un artículo, creo que de Eulàlia Lledó, en el que demostraba que esa invisibilización en el lenguaje es el primer eslabón de la violencia de género. ¡Espeluznante!

Sí, conozco a otros escritores y escritoras que lo usan y en más de una ocasión algunas de ellas se han dirigido a mí para pedirme asesoramiento o intercambiar impresiones. Es muy gratificante.

P.- Si tuviera un personaje dedicado a las matemáticas en una de sus novelas, ¿cómo sería?

I.F.- ¡¡¡Ja, ja, ja!!! Siempre he sido muy mala en matemáticas. Recuerdo una vez, en COU creo, que el día antes del examen de mates me puse a escribir un poema reflejando la angustia que me producía esa prueba (creo que al final aprobé pero justito). Bien, si tuviera que crear un personaje sería una mujer y, probablemente, caería en el tópico de la sabia despistada, torpe en lo social y genial en su trabajo. Y seguro, seguro me dedicaría a parodiar a mis amigas pitagorinas.

P.- ¿Nos dejamos algo en el tintero?

I.F.- Bueno, solo añadir la importancia de generar y usar un lenguaje inclusivo. La masculinización del lenguaje otorga a las mujeres y a las personas de otros géneros, una situación de inferioridad y eso hay que erradicarlo definitivamente. Refleja una situación de poder, de dominio y, por lo tanto, de sumisión. Como decimos en catalán “Ja n’hi ha prou!” “¡Ya basta!”.

Me gustaría acabar con un pasaje de Alicia a través del espejo que ilustra muy bien esta idea. Alicia mantiene esta conversación con Humpty Dumpty:

“Cuando yo uso una palabra —insistió Humpty Dumpty con un tono de voz más bien desdeñoso— quiere decir lo que yo quiero que diga… ni más ni menos.
—La cuestión —insistió Alicia— es si se puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes.
—La cuestión —zanjó Humpty Dumpty— es saber quién es el que manda… eso es todo”.