Tras el éxito de Gambito de dama, la plataforma líder en series lanza Debugging, un thriller trepidante, con formato de miniserie de seis capítulos, sobre la vida de un equipo de matemáticas programadoras que ponen en evidencia los sesgos de los algoritmos empleados por grandes empresas.

Bien podría ser este el argumento de una serie que mostrase la vida de mujeres programadoras y denunciase los sesgos de los algoritmos sobre los que se basa nuestra cotidianidad. Sin embargo, esta serie no existe. Solo es una invención nuestra que nos sirve de motivación para reflexionar sobre los algoritmos y cómo las series televisivas pueden favorecer la inclusión de mujeres en actividades mayoritariamente realizadas por hombres.

La matemática Cathy O’Neil denuncia la mala praxis del uso de algoritmos en su libro Armas de destrucción matemática: cómo el Big Data aumenta la desigualdad y amenaza la democracia. Los algoritmos toman decisiones sobre nuestras vidas. Podrían entenderse como imparciales y por tanto justos, porque se aplican por igual, es decir, con las mismas reglas para todas las personas. Sin embargo, como muestra O’Neil, son modelos opacos, con diseños que fortalecen las desigualdades, porque benefician a las personas en situaciones de privilegio y perjudican a las oprimidas.

Si analizamos los algoritmos con perspectiva de género, observamos que el sexismo de muchos de ellos es consecuencia de cómo aprenden. La Inteligencia Artificial se nutre de la historia contada de la humanidad en los últimos 10-20 años, sin incorporar los recientes avances en materia de igualdad. Así, se ven ejemplos como el de Amazon, que tuvo que eliminar su algoritmo de selección de personal porque penalizaba a los currículos con la palabra mujer, o los sesgos de género de los traductores, o los algoritmos que hacen analogías del tipo “hombre es a programador de ordenadores lo que mujer es a x” y devuelve como respuesta “x = ama de casa”.

La ficción de Debugging nos serviría también para aumentar el número de jóvenes programadoras, como está pasando con el ajedrez tras Gambito de dama. Nuestra serie podría recordar que Ada Lovelace (1815-1852) fue la primera programadora de la historia, un siglo antes del primer ordenador, y, sin embargo, en la actualidad hay muy pocas mujeres programadoras (13 % del total de personas programadoras en España). Podría narrar la historia de Blanca Huergo, que tuvo la medalla de oro de la Olimpiada de Informática de 2020 y es la presidenta del primer concurso de programación algorítmica para alumnas de Secundaria. Fundaron la Olimpiada Informática Femenina, porque en los últimos años en la competición nacional estaba ella sola como finalista y no podían formar equipo para participar en un concurso europeo femenino.

Los recién premiados Abel 2021, László Lovász y Avi Wigderson, lo han sido “for their foundational contributions to theoretical computer science and discrete mathematics, and their leading role in shaping them into central fields of modern mathematics” (“por sus contribuciones fundamentales a la informática teórica y las matemáticas discretas, y su papel principal a la hora de convertirlas en campos centrales de las matemáticas modernas”). Como matemáticas, como matemáticos, que trabajamos en las matemáticas actuales, podríamos colaborar en la depuración de los algoritmos que rigen la cotidianidad de nuestra época. Y escribir el libro “Armas de construcción matemática: cómo el Big Data ayuda a componer un mundo más equitativo” y presentar una segunda temporada de Debugging, en la que las mujeres tuvieran una participación activa en el diseño, producción y aplicación de las TIC para la vida y la toma de decisiones, porque los modelos de Inteligencia Artificial ya habrían aprendido a incorporar en su memoria artificial los últimos avances en investigaciones sobre estudios de género.