Artículo elaborado por la Comisión de Relaciones Internacionales de la RSME
Una de las características que define un sistema académico es su grado de internacionalización. Desde la comisión de Relaciones Internacionales querríamos hacer una reflexión sobre este tema referido al sistema español y analizar en particular el grado de acceso de personas extranjeras a nuestras instituciones académicas y universitarias, describiendo algunas de las carencias y proponiendo espacios de mejora. No entramos a valorar cuestiones económicas o de evaluación, y las argumentaciones se harán en general, buscando ejemplos particulares para apoyarlas, pero siendo conscientes de que no se aplican a la totalidad de los casos.
En primer lugar, estudiemos la situación y las trabas que se presentan cuando un estudiante quiere solicitar una beca de doctorado para realizar una tesis en un programa de una universidad española. Hay una amplia variedad de ayudas y no todas son igual de exigentes con los requisitos, pero hay muchas de ellas cuyas condiciones a priori limitan enormemente el conjunto de posibles solicitantes.
Por ejemplo, las becas FPI asociadas a los proyectos ministeriales requieren al solicitante estar en posesión de un máster. Evidentemente esto es un problema incluso para los estudiantes nacionales: en los últimos años la apertura de estas convocatorias ha sido en otoño, que no está lejos de las fechas de defensa de máster habituales del verano. Sin embargo, muchos estudiantes no van a arriesgar una espera de varios meses en la que pueden tener un rechazo y una posterior situación en el limbo, con lo que desisten de la idea de seguir un doctorado. Sería razonable que las convocatorias fueran más flexibles en este sentido y admitieran solicitudes de estudiantes que estén cursando un máster, o al menos con un compromiso de finalización del mismo en un tiempo razonable. Esto haría las convocatorias atractivas a estudiantes de máster, también extranjeros, porque sería un proceso sin solución de continuidad en caso de éxito al obtener la beca.
Pero hay otras dificultades adicionales a la hora de solicitar becas predoctorales. En el caso de los estudiantes no europeos se pide obtener una equivalencia de grado y transcripción de notas. En algunas becas (en particular en algunas de carácter regional) se pide un certificado de empadronamiento en algún municipio de la región y en ocasiones se conceden bonus en la evaluación si se está en poder de un certificado de capacidad lingüística. En casi todas se exige que el solicitante de beca ya esté matriculado o aceptado en un programa de doctorado. Todos estos factores hacen que el acceso para estudiantes extranjeros a ayudas predoctorales sea casi imposible, o simplemente intentarlo sea altamente desalentador.
Si nos fijamos en los propios estudios de grado y máster, si bien es cierto que cada vez es más habitual que se impartan cursos en inglés (que a la postre es el idioma común utilizado internacionalmente en el mundo académico), también es cierto que esta oferta es muy residual; De nuevo, nos fijamos en el panorama a nivel general, hay excepciones que confirman la regla dentro de nuestro sistema, pero no hay una oferta sistemática de cursos que pudiera atraer a estudiantes extranjeros a nuestras universidades. En muchas ocasiones, los propios programas de estudio que se pueden consultar en las páginas web de las universidades no cuentan con una versión en inglés.
Una situación análoga al acceso a ayudas predoctorales se produce en convocatorias del tipo Juan de la Cierva, o plazas postdoctorales en algunas comunidades autónomas: a la hora de solicitarlas, se requiere estar en posesión de un título de doctor, lo que fuerza a pasar por un período de vacío entre la defensa de la tesis doctoral y la resolución de la convocatoria correspondiente. Lo que suele suceder también es que estas personas, que sí han podido solicitar otras plazas postdoctorales en otros países cuando aún no habían terminado el doctorado, ya han obtenido una de ellas y rechazan la participación en nuestros programas nacionales. A la postre, estos programas se vuelven accesibles casi exclusivamente a investigadores que ya son postdocs.
Analicemos lo que sucede en el acceso a puestos universitarios por parte de doctores extranjeros, e incluso de españoles que obtuvieron su doctorado fuera de España, o que siguieron haciendo una carrera en el extranjero pero que en algún momento se plantearon regresar a España. Hay vías para la incorporación, como el reconocido programa Ramón y Cajal, que en primera instancia son brillantes y atractivos a este perfil de investigadores (el programa RyC es de hecho un programa diseñado para tal fin). Mirando por ejemplo a la resolución provisional de este año, en la lista de matemáticas, aproximadamente la mitad de los contratos fueron para personas que se encuentran fuera de España. No obstante, hay ambigüedades a medio y largo plazo: por ejemplo, este programa no requiere a priori ningún tipo de equivalencia de título, pero la realidad es que en el momento de la estabilidad, el investigador ha de realizar el papeleo (y el pago) de la equivalencia de título.
En lo que se refiere al acceso a plazas de ayudante doctor, la reciente eliminación de la obligatoriedad de acreditarse para esta figura es en principio una buena noticia para facilitar el acceso para personas en el extranjero. Pero de nuevo la realidad añade trabas burocráticas en forma de requisito de equivalencia de título en el momento de solicitar las plazas, o certificados de niveles lingüísticos. Además de que en muchas ocasiones las plazas de ayudante doctor no dan demasiada relevancia a la formación postdoctoral internacional, o no mucha más que la acumulación de certificados de participación en eventos de diversa naturaleza. Sin una relevancia sustancial de la experiencia internacional, no se consigue una mayor atracción de perfiles internacionales, sino una incorporación inmediata de los recién doctorados a plazas de ayudante doctor, sin pasar por postdocs previos en otras instituciones. Por supuesto, en particular esto afecta a la internacionalización, que no se consigue solo con investigadores extranjeros, sino también con una comunidad conectada con el exterior.
Desde luego, no todo el panorama es negativo: las generaciones jóvenes se muestran cada vez más cómodas en un ámbito académico internacional, con intercambios y colaboraciones frecuentes con profesores e investigadores extranjeros. Hay mecanismos de atracción real e integral de académicos extranjeros, por ejemplo a través de programas de profesores visitantes, Beatriz Galindo e incorporación rápida para investigadores que lideran proyectos ERC. Es evidente que en nuestras universidades el uso del inglés es cada vez más habitual, como signo de la evolución de una sociedad y un sistema educativo que ha normalizado este idioma.
Es de suma importancia también tener en cuenta que nuestro sistema académico no tiene nada que ver con el existente hace 30 o 40 años, que venía de una situación histórica, económica, social y educativa (recordemos que el inglés no fue el idioma extranjero obligatorio en el sistema educativo de las generaciones mayores de 60 años) muy distinta. Es también fundamental reconocer que la evolución se debe al esfuerzo de estas generaciones que construyeron desde lo ínfimo y de aquellos que precisamente salieron al extranjero en circunstancias adversas para volver e importar comportamientos y estructuras de sistemas académicos muy evolucionados; no sería justo presentar un escenario de reproche, sino todo lo contrario.
Es cierto que las generaciones jóvenes, y en particular aquellas personas con acceso a puestos de responsabilidad y oportunidad de cambio efectivo en las estructuras universitarias tanto a nivel local y nacional, deberían tomar conciencia de que hay pequeños detalles que se pueden revisar para lograr una mayor internacionalización del sistema: una reducción en las trabas burocráticas (¡fundamentalmente!) y en las condiciones de admisión, una revisión en los tiempos de algunas convocatorias, y un esfuerzo en ampliar la información sobre los procesos. Sería interesante también abrir el debate de si es necesario exigir un nivel lingüístico (por lo general C1 de castellano o de otros idiomas oficiales) como requisito para concursar, lo que resulta un obstáculo más en la atracción de talento extranjero.
Es un buen momento para hacer el esfuerzo especialmente en estos días en los que el ciclo demográfico (vivimos un período de un amplio número de jubilaciones) está posibilitando la apertura de numerosas plazas universitarias. Desafortunadamente, en ocasiones estas plazas se están quedando desiertas o no encuentran perfiles de calidad y afinidad entre los candidatos para ocuparlas, quizá también porque no hay un número suficiente de solicitantes desde el ámbito nacional que se adecúen a las demandas de los departamentos. Una actitud más aperturista hacia investigadores extranjeros no va a convertir de pronto nuestras universidades en instituciones punteras a nivel mundial (muchísimos más factores intervienen para ello), pero aportaría riqueza y competitividad al sistema académico español, ofreciéndole un impulso de calidad.
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